Nada engaña más que nuestra propia mente... nada piensa mejor que nuestro corazón.
En un pequeño galpón abandonado, se instalaba un gran circo recién llegado.
Largos camiones y pesadas maquinas se detenían por doquier. Enanos, gigantes, peludos y calvos; payasos y magos, todos adornaban el triste y sucio lugar.
Traían caballos, tigres, aves y elefantes como prisioneros en jaulas gigantes. Donde uno de los animales sufría más: el elefante más pequeño.
Piki, era el nombre del pequeño paquidermo. Una criaturita que había sido alejada de su manada, sus amigos, su vida, y de su madre que lo extrañaba.
De uno a uno, comenzaron a bajar cada animal, los llevaban atados con grandes cadenas a unas inmensas jaulas dentro de un manto de colores que cubría a todo el galpón; la carpa. Entraron primero los animales más grandes, y de último los pequeños. Pero el pequeño elefante no dormiría esta noche con el resto.
A latigazos y golpes con palos, se llevaron a Piki fuera del gran manto hasta un pequeño tubo metálico clavado en el suelo. Le ajustaron fuerte una cadena en su pata derecha, y la ataron al tubo; ahí dormiría el pequeño elefante, solo, bajo la luz de las estrellas y rodeado de frío intenso de aquella noche.
Al alejarse el encargado que lo había amarrado, el pequeño se levantó e intentó derribar al helado tubo que lo condenaba a ese lugar. Una y otra vez golpeaba al tubo, pero no hacía más que hacerse daño a si mismo.
Intentaba correr para hacer a la cadena romper, pero en su desesperación se lástima brutalmente.
Caía al suelo sin parar, y su cabeza ensangrentada estaba. El pequeño Piki estaba exhausto, triste y decepcionado.
En el suelo quedó sin aliento, y con el concierto de los insectos, empezó a llorar. Miraba al cielo y en las estrellas veía el rostro de su mamá, saludándolo, mientras el sufría sin fuerzas. Así comenzaba su vida, a partir de ahora, cada noche sería igual. Los mismos golpes, las mismas caídas, las mismas lágrimas, no cambiaban con el duro paso de los años. El circo ganó popularidad en ese lugar y todas sus funciones se colmaban de gente todas las noches.
Aunque, algo si había cambiado en el elefante. Ya el pequeño Piki no era más un pequeño elefante. Ya estaba grande, como una montaña, y pesaba casi igual a una.
La noche caía rápidamente, y luego de hacer su acto, Piki, regresaba de nuevo al mismo tubo, viejo y oxidado, con el que dormía desde sus primeros días. Lo amarraban al tubo, como todas las noches hacían para que no escapara, y lo dejaban ahí, hasta el próximo día que lo necesitarían.
Bajo la misma intemperie de hace años, Piki, no luchaba más en huir de ese lugar. Ya Piki era un elefante adulto, con más de la fuerza suficiente para romper aquel tubo, pero aun así no lo hacía. Luego de tantas heridas y energías perdidas en su infancia contra aquel pedazo de metal añejo, un día se resigno de que no podría llevar al suelo jamás al tubo. Fue su cansancio tal, que lo hizo dejar de luchar.
Ese era el truco del circo. Los dueños veían al pequeño elefante mal gastar sus fuerzas todas las noches con ese poste. Y sabían que algún día se cansaría, y que ese día llegaría antes de que tuviera la fuerza suficiente para lograr huir. Para el pequeño elefante, él seguía teniendo la misma fuerza de hace varios años atrás, y se creía incapaz de tirar el tubo.
A veces nos acostumbramos al pasado, nos aferramos a eso en el presente y no avanzamos en el futuro.
A veces no medimos nuestra capacidad, y nos desvaloramos injustamente.
A veces nos resignamos a nuestras derrotas y nos desanimamos a seguir intentando.
A veces somos como éste pequeño elefante. A veces tenemos un pequeño Piki en nuestro interior.
Podemos dejar que el tiempo pase, pero él no cambia nada, lo que importa es lo que hagamos en el instante.
Lucha. No te dejes vencer. Y... ¡Feliz casi año!
Largos camiones y pesadas maquinas se detenían por doquier. Enanos, gigantes, peludos y calvos; payasos y magos, todos adornaban el triste y sucio lugar.
Traían caballos, tigres, aves y elefantes como prisioneros en jaulas gigantes. Donde uno de los animales sufría más: el elefante más pequeño.
Piki, era el nombre del pequeño paquidermo. Una criaturita que había sido alejada de su manada, sus amigos, su vida, y de su madre que lo extrañaba.
De uno a uno, comenzaron a bajar cada animal, los llevaban atados con grandes cadenas a unas inmensas jaulas dentro de un manto de colores que cubría a todo el galpón; la carpa. Entraron primero los animales más grandes, y de último los pequeños. Pero el pequeño elefante no dormiría esta noche con el resto.
A latigazos y golpes con palos, se llevaron a Piki fuera del gran manto hasta un pequeño tubo metálico clavado en el suelo. Le ajustaron fuerte una cadena en su pata derecha, y la ataron al tubo; ahí dormiría el pequeño elefante, solo, bajo la luz de las estrellas y rodeado de frío intenso de aquella noche.
Al alejarse el encargado que lo había amarrado, el pequeño se levantó e intentó derribar al helado tubo que lo condenaba a ese lugar. Una y otra vez golpeaba al tubo, pero no hacía más que hacerse daño a si mismo.
Intentaba correr para hacer a la cadena romper, pero en su desesperación se lástima brutalmente.
Caía al suelo sin parar, y su cabeza ensangrentada estaba. El pequeño Piki estaba exhausto, triste y decepcionado.
En el suelo quedó sin aliento, y con el concierto de los insectos, empezó a llorar. Miraba al cielo y en las estrellas veía el rostro de su mamá, saludándolo, mientras el sufría sin fuerzas. Así comenzaba su vida, a partir de ahora, cada noche sería igual. Los mismos golpes, las mismas caídas, las mismas lágrimas, no cambiaban con el duro paso de los años. El circo ganó popularidad en ese lugar y todas sus funciones se colmaban de gente todas las noches.
Aunque, algo si había cambiado en el elefante. Ya el pequeño Piki no era más un pequeño elefante. Ya estaba grande, como una montaña, y pesaba casi igual a una.
La noche caía rápidamente, y luego de hacer su acto, Piki, regresaba de nuevo al mismo tubo, viejo y oxidado, con el que dormía desde sus primeros días. Lo amarraban al tubo, como todas las noches hacían para que no escapara, y lo dejaban ahí, hasta el próximo día que lo necesitarían.
Bajo la misma intemperie de hace años, Piki, no luchaba más en huir de ese lugar. Ya Piki era un elefante adulto, con más de la fuerza suficiente para romper aquel tubo, pero aun así no lo hacía. Luego de tantas heridas y energías perdidas en su infancia contra aquel pedazo de metal añejo, un día se resigno de que no podría llevar al suelo jamás al tubo. Fue su cansancio tal, que lo hizo dejar de luchar.
Ese era el truco del circo. Los dueños veían al pequeño elefante mal gastar sus fuerzas todas las noches con ese poste. Y sabían que algún día se cansaría, y que ese día llegaría antes de que tuviera la fuerza suficiente para lograr huir. Para el pequeño elefante, él seguía teniendo la misma fuerza de hace varios años atrás, y se creía incapaz de tirar el tubo.
A veces nos acostumbramos al pasado, nos aferramos a eso en el presente y no avanzamos en el futuro.
A veces no medimos nuestra capacidad, y nos desvaloramos injustamente.
A veces nos resignamos a nuestras derrotas y nos desanimamos a seguir intentando.
A veces somos como éste pequeño elefante. A veces tenemos un pequeño Piki en nuestro interior.
Podemos dejar que el tiempo pase, pero él no cambia nada, lo que importa es lo que hagamos en el instante.
Lucha. No te dejes vencer. Y... ¡Feliz casi año!
Comentarios
Publicar un comentario