Nada engaña más que nuestra propia mente... nada piensa mejor que nuestro corazón.
En las orillas de un lago estaba una joven llorando, Helen era su nombre. La muchacha desconsolada se acercó al lago para ver su rostro reflejado en el agua y una pequeña lágrima se escapó de su cara cayendo en las heladas aguas. En el lugar donde cayó la lágrima se formaba una pequeña burbuja en la superficie del agua, que crecía y crecía, hasta dar la forma de un pequeño capullo de flor.
Helen, sorprendida, veía lo que pasaba en el agua. El pequeño capullo comenzó a florecer rápidamente transformándose en una rosa. La rosa más bella que se haya visto. Una flor nacía de las aguas de un lago. Tomó la flor del agua, asegurándose de que fuera real, y la rosó suavemente con su mejilla. La angustia de la muchacha se calmaba; la rosa la tranquilizaba, era su flor favorita.
Bajó su mirada, y dejó a la flor en el agua. Sacó un pequeño pañuelo de su bolso y lo pasó en su rostro, secando a sus húmedos ojos. Se hacía de noche y no quería preocupar a su mamá llegando tarde a su casa. Helen se preparaba para irse, pero nunca olvidaría lo visto en ese mágico lugar.
Al darse la vuelta, sintió una frágil voz que decía: "¿Me vas a dejar en estas frías aguas?".
Helen no respondió, estaba segura que no había alguien más en el lugar, pero la delicadeza de la voz no le provocaba miedo. Se dio vuelta y vio lo que temía; estaba sola.
Pero, ¿de dónde salió eso? Replicó la joven al bosque.
¡Aquí abajo!, escuchó, bajando la mirada, pero no veía más que la flor en el agua.
La muchacha notó un brillo sobre la rosa. ¿Será la flor la que me habla?, pensaba, ¡No! Debo estar loca si creo que una rosa me está hablando.
Me has tocado. Has sentido mi aroma. Fuiste testigo cuando nací en las orillas de un lago. Y, aún así, ¿crees estar loca?
Los ojos de la joven sobresaltaban de su cara. No podía creer que una rosa le hablara.
La joven cayó a las orillas del lago, sorprendida, y le dijo: Entonces, ¿estoy loca?
No, no lo estás. Yo soy real. Respondió la flor. Ven, agárrame otra vez y súbeme a tu rostro.
Helen hizo lo que la flor le dijo. La rosa extendió sus pequeñas hojas hasta los cabellos de la muchacha, acariciándolos y le dijo:
-Dime, ¿crees en mí?
-¿Debería creer?, refutaba la joven.
-Me has visto surgir de un lago. ¿No te hes suficiente?, respondía la flor.
La joven se quedó en silencio.
-Dime, ¿crees en mí? Repitió la flor.
-Sí, si creo en ti.
-Entonces, ¿qué hay de ti?
-¿Qué quieres decir?
-Llegaste a este lago a escapar de tus problemas.
-¿Y acaso es malo llorar?
-No he dicho eso. Es más fácil liberar problemas con lágrimas que con palabras. Pero, ¿por qué tienes problemas?
-No lo entenderías.
-Soy parte de ti. Nací de una pequeña y pesada lágrima de dolor y tristeza. Se exactamente cuales son tus problemas.
-Si lo sabes, ¿por qué me los preguntas?
-No te pregunté cuales eran, sino porqué.
Los ojos de Helen se empapaban de nuevo en sus penurias.
-Es que... es difícil. Estoy frustrada. Malhumorada. No sé en quién confiar en mi escuela; me hacen sentir insegura. Mis padres no paran de pelear. Me duele verlos discutiendo. Todo... a veces quisiera acabar yéndome de este mundo. Decía la joven, mientras sus ojos formaban dos cataratas de lágrimas en su rostro.
-¿Sabes que tu eres bella?
-¿En serio? Nunca antes alguien me lo había dicho.
-Eres bella por dentro y afuera. Pero nadie mira más allá de donde sus ojos pueden alcanzar. La gente se ciega, y no trata de ver las cosas como en verdad son, se conforman con lo que aparentan ser. Y por eso, debemos mostrar quienes somos en realidad. Ahora, dime, ¿has hecho algo para que tus amigos te tomen en serio?
-¿Algo como qué?
-¿Quererte a ti misma y a tu cuerpo? ¿Confiar en ti?
Helen se quedó callada.
-Dime, ¿Crees en ti?
-Sí, eso creo...
-Necesitas creer en ti, para que lo demás lo puedan hacer también. Es la forma de vivir. ¿Quieres que tus amigos confíen en ti?
-Sí.
-Demuéstrales tu belleza interior. Déjate ser vista más allá de lo que usas. Ábrete a la confianza. ¿Quieres detener las discusiones entre tus padres?
-Sí.
-Dale un motivo para no hacerlo. Hazle recordar ese amor que los unió, que de ese amor naciste tú. Cree en ti y cambiarás tu mundo. Nada malo te está pasando, todo es porque tú crees que es así.
Ya la noche estaba llegando, y el sol se despedía mostrando sus últimos rayos rojizos en el cielo. Una ráfaga de viento bajo al lago y arrastraba a la flor consigo.
-Ya es tarde. Es hora de que te vayas.
Las lágrimas en Helen habían acabado y, como un arco iris después de la lluvia, se formaba una inmensa sonrisa en su cara.
-Recuerda que todo sucede de la manera que pienses. Cree en ti. Decía la flor que era arrastrada por la ráfaga.
Poco a poco, cada pétalo de la rosa se iba desapareciendo entre el viento y el anaranjado cielo.
Helen observaba como la rosa desvanecía en sus manos y, con más lágrimas, esta vez de alegría, con sus labios decía "gracias" a la flor que fue su amiga aquel día.
Helen, sorprendida, veía lo que pasaba en el agua. El pequeño capullo comenzó a florecer rápidamente transformándose en una rosa. La rosa más bella que se haya visto. Una flor nacía de las aguas de un lago. Tomó la flor del agua, asegurándose de que fuera real, y la rosó suavemente con su mejilla. La angustia de la muchacha se calmaba; la rosa la tranquilizaba, era su flor favorita.
Bajó su mirada, y dejó a la flor en el agua. Sacó un pequeño pañuelo de su bolso y lo pasó en su rostro, secando a sus húmedos ojos. Se hacía de noche y no quería preocupar a su mamá llegando tarde a su casa. Helen se preparaba para irse, pero nunca olvidaría lo visto en ese mágico lugar.
Al darse la vuelta, sintió una frágil voz que decía: "¿Me vas a dejar en estas frías aguas?".
Helen no respondió, estaba segura que no había alguien más en el lugar, pero la delicadeza de la voz no le provocaba miedo. Se dio vuelta y vio lo que temía; estaba sola.
Pero, ¿de dónde salió eso? Replicó la joven al bosque.
¡Aquí abajo!, escuchó, bajando la mirada, pero no veía más que la flor en el agua.
La muchacha notó un brillo sobre la rosa. ¿Será la flor la que me habla?, pensaba, ¡No! Debo estar loca si creo que una rosa me está hablando.
Me has tocado. Has sentido mi aroma. Fuiste testigo cuando nací en las orillas de un lago. Y, aún así, ¿crees estar loca?
Los ojos de la joven sobresaltaban de su cara. No podía creer que una rosa le hablara.
La joven cayó a las orillas del lago, sorprendida, y le dijo: Entonces, ¿estoy loca?
No, no lo estás. Yo soy real. Respondió la flor. Ven, agárrame otra vez y súbeme a tu rostro.
Helen hizo lo que la flor le dijo. La rosa extendió sus pequeñas hojas hasta los cabellos de la muchacha, acariciándolos y le dijo:
-Dime, ¿crees en mí?
-¿Debería creer?, refutaba la joven.
-Me has visto surgir de un lago. ¿No te hes suficiente?, respondía la flor.
La joven se quedó en silencio.
-Dime, ¿crees en mí? Repitió la flor.
-Sí, si creo en ti.
-Entonces, ¿qué hay de ti?
-¿Qué quieres decir?
-Llegaste a este lago a escapar de tus problemas.
-¿Y acaso es malo llorar?
-No he dicho eso. Es más fácil liberar problemas con lágrimas que con palabras. Pero, ¿por qué tienes problemas?
-No lo entenderías.
-Soy parte de ti. Nací de una pequeña y pesada lágrima de dolor y tristeza. Se exactamente cuales son tus problemas.
-Si lo sabes, ¿por qué me los preguntas?
-No te pregunté cuales eran, sino porqué.
Los ojos de Helen se empapaban de nuevo en sus penurias.
-Es que... es difícil. Estoy frustrada. Malhumorada. No sé en quién confiar en mi escuela; me hacen sentir insegura. Mis padres no paran de pelear. Me duele verlos discutiendo. Todo... a veces quisiera acabar yéndome de este mundo. Decía la joven, mientras sus ojos formaban dos cataratas de lágrimas en su rostro.
-¿Sabes que tu eres bella?
-¿En serio? Nunca antes alguien me lo había dicho.
-Eres bella por dentro y afuera. Pero nadie mira más allá de donde sus ojos pueden alcanzar. La gente se ciega, y no trata de ver las cosas como en verdad son, se conforman con lo que aparentan ser. Y por eso, debemos mostrar quienes somos en realidad. Ahora, dime, ¿has hecho algo para que tus amigos te tomen en serio?
-¿Algo como qué?
-¿Quererte a ti misma y a tu cuerpo? ¿Confiar en ti?
Helen se quedó callada.
-Dime, ¿Crees en ti?
-Sí, eso creo...
-Necesitas creer en ti, para que lo demás lo puedan hacer también. Es la forma de vivir. ¿Quieres que tus amigos confíen en ti?
-Sí.
-Demuéstrales tu belleza interior. Déjate ser vista más allá de lo que usas. Ábrete a la confianza. ¿Quieres detener las discusiones entre tus padres?
-Sí.
-Dale un motivo para no hacerlo. Hazle recordar ese amor que los unió, que de ese amor naciste tú. Cree en ti y cambiarás tu mundo. Nada malo te está pasando, todo es porque tú crees que es así.
Ya la noche estaba llegando, y el sol se despedía mostrando sus últimos rayos rojizos en el cielo. Una ráfaga de viento bajo al lago y arrastraba a la flor consigo.
-Ya es tarde. Es hora de que te vayas.
Las lágrimas en Helen habían acabado y, como un arco iris después de la lluvia, se formaba una inmensa sonrisa en su cara.
-Recuerda que todo sucede de la manera que pienses. Cree en ti. Decía la flor que era arrastrada por la ráfaga.
Poco a poco, cada pétalo de la rosa se iba desapareciendo entre el viento y el anaranjado cielo.
Helen observaba como la rosa desvanecía en sus manos y, con más lágrimas, esta vez de alegría, con sus labios decía "gracias" a la flor que fue su amiga aquel día.
Comentarios
Publicar un comentario